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Relato y fotos porno: Vacaciones

28-06-2012 - Publicado por admin

Mi nombre es Jesús, tengo 39 años y mi mujer se llama Yolanda y tiene 36. Lo que voy a exponer a continuación ocurrió realmente y fue una experiencia extremadamente excitante.

Yolanda y yo llevamos casados 10 años; nuestra relación es fantástica en todos los aspectos, aunque a veces tengo que reconocer que me gustaría de ella “algo más” en lo referente a experiencias sexuales; quiero decir, desearía que ella fuera más traviesa, más creativa y, por que no decirlo, más desvergonzada.

No quiero decir con esto que ella no sea ardiente cuando hacemos el amor, lo que ocurre es que a veces tengo fantasías que me gustaría realizar con ella y que cuando se las he propuesto, he obtenido de ella una respuesta negativa. Podría decir que más que conservadora en el tema sexual, es vergonzosa, poco atrevida, pudiendo afirmar que el problema es que necesita estar muy excitada para llevar a cabo ciertos juegos o experiencias que a mí me encantaría realizar.

Con mucho trabajo e insistencia, la he ido convenciendo para que hiciésemos
ciertas cositas que, en un principio, parecían imposibles, llegando al punto
de conseguirlo, aunque admito que con deliberada lentitud por su parte.
Donde más se desinhibe mi mujer es durante las vacaciones, sobre todo en
lugares donde nos imaginamos que no nos conoce nadie; en esos sitios es
donde la pongo a prueba y donde intento llevar a cabo las fantasías que
tengo en mente.

Hace tres años nos coincidió una época de mucho trabajo; fueron unos meses
en que los horarios y la intensidad del mismo nos sumió en una situación
intensa de ansiedad y stress, de tal suerte que sólo lo hacíamos una vez a
la semana, y por si fuera poco, sin fantasía alguna y sin añadir ningún
aliciente extra a la relación.

En aquel entonces, para evadirnos un poco, le propuse a mi mujer un viaje de
fin de semana, de esos que tienen su salida el jueves y su regreso el
domingo; nos fue posible en nuestros respectivos trabajos quedar libres el
jueves por la mañana y, como residimos en Madrid, pudimos coger el avión
para Las Palmas de Gran Canaria a las seis de la tarde.

Era el mes de mayo; hacía un tiempo estupendo en Madrid y mucho mejor en Las Palmas. Nos cogimos un hotel estupendo, con todo tipo de comodidades y muy bien situado en la zona turística del sur de la isla, cercano a la playa y a
la zona de copas.

En la recepción del hotel, mientras realizábamos la inscripción, eché un
vistazo a un periódico local; dentro de las páginas de relax pude comprobar
la existencia de un local donde se ofertaba un espectáculo erótico; me lo
subí a la habitación y mientras mi mujer colocaba la ropa en el armario, le
leí en voz alta el anuncio.

A mi me encanta el exhibicionismo y también soy un poquito voyeur, así que
el lugar era en principio el más idóneo para romper la monotonía que se
había apoderado de nosotros en los últimos meses; por otra parte, mi mujer
siempre me había dicho que le encantaría ver hacer el amor en directo a otra
pareja, situación con la que incluso nos habíamos excitado mientras lo
hacíamos nosotros mismos, imaginando ser espectadores de una relación sexual y siendo los protagonistas alguna pareja amiga o conocida.

Así pues, se lo propuse directamente:

– “Quiero ir contigo esta noche a este espectáculo porno”, le dije.

– “Estás loco, no iría a un antro de esos por nada del mundo”, me contestó.

Mal empezamos, pensé. Pero insistí:

– “¿Qué pasa, temes que nos conozca alguien? ¿No te hace ilusión hacer
realidad una de nuestras fantasías, ver follar en directo a otra pareja?”.

No me contestó, pero me dijo que posiblemente allí habría solo hombres, que
se sentiría muy a disgusto y desplazada y que posiblemente no se cumplirían
sus expectativas, es decir, que una cosa es imaginarse la situación, donde
ella podía controlar sus instintos en la intimidad, y otra muy distinta
consiste en ser testigo directo, donde pueden ocurrir cosas desagradables,
como coincidir con alguien conocido o ser la única mujer presente y verse en
la obligación de tener que abandonar el local.

Ante esos argumentos, le dije a mi mujer que llamaría al local y que
preguntaría por los clientes que lo frecuentaban. Así lo hice; llamé y una voz masculina me dijo que lo normal es que asistieran parejas, que el espectáculo no era ni mucho menos de mal gusto y que lo que ocurría muchas veces es que había en su interior más mujeres que hombres, ya que a menudo era frecuentado por grupos de despedidas de soltera.

Pocas opciones le quedaron ya para negarse: aceptó a regañadientes, pero con la condición de que sí se sentía a disgusto en algún momento, abandonaríamos el local.

Colocamos nuestros efectos personales en los armarios y en el baño, nos
duchamos y nos dirigimos al restaurante para cenar; bien pudimos hacer el
amor antes de ello, pero lo evité por todos los medios; quería que la
abstinencia -llevábamos una semana sin relaciones-, sirviera como el mejor
de los afrodisíacos para la primera noche que se nos presentaba en nuestras
cortas vacaciones.

No dije antes que Yolanda es una mujer bonita: 1,68 metros de estatura, a
veces incrementada por sus tacones, carita guapa, buena figura, pelo largo
de color moreno, pechos de tamaño normal y un culito de unas formas
preciosas.

Para la cena se vistió estupenda: un traje de color azul turquesa, formado
por una falda a medio muslo, una pequeña chaqueta y una blusa clara con
botones; ligeramente pintada estaba estupenda. La belleza de su cuerpo se
veía aumentada por las medias claras que se había puesto, del mismo color
que la blusa, y por sus zapatos de tacón, que hacían juego con el traje.

Antes de salir de la habitación, nos besamos levemente; no me dejó besarla
en la boca para no estropear el maquillaje de los labios, pero solo con el
abrazo y sentir el olor de su perfume, me fue suficiente para experimentar
una leve erección; la noche se presentaba ideal.

Fue entonces cuando se me pasó por la cabeza una idea maravillosa, que me excita muchísimo y que a veces le he pedido a mi mujer: consistía en que cuando bajásemos a cenar el restaurante, lo hiciese ella sin ropa interior; es decir, que fuese a cenar sin bragas; ella se había depilado las piernas y las tenía mas suaves que la superficie del mármol y, aunque no había afeitado la totalidad de la vulva, se había dejado su vello íntimo muy cortito, reduciéndose casi su extensión a la zona del pubis.

Me fue inevitable pensar en la situación en la que Sharon Stone en “Instinto
básico”, mostró al grupo de policías que la interrogaban -y al mundo entero-, sus encantos de una forma fugaz. Tampoco lo conseguí a la primera; tuve que insistir varías veces y casi enfadarme, argumentando que uno de los objetivos de nuestro viaje era precisamente dejar de lado la monotonía que en lo sexual nos había invadido anteriormente.

Al final aceptó; se despojó de las medias delante de mí y pude comprobar que el color de la piel de sus muslos, todavía sin broncear, era mucho más natural y bello que el color de sus medias; a continuación, de espaldas a mí, se subió la falda y pude ver sus bragas blancas que ocultaban sus preciosas nalgas. Introdujo sus manos entre la tela de las braguitas y su piel y tiró de ellas hacia abajo. Mientras descendía la pieza por sus muslos, pude ver su culo, lo que me produjo otra leve erección que me hizo pensar en la posibilidad de no ir ni a cenar ni a ver el espectáculo porno que teníamos previsto. Pero me aguanté y supe esperar.

Fuimos al restaurante y nos sentamos los dos solos en una pequeña mesa
redonda; allí nos sirvieron con mucho estilo y cenamos estupendamente,
regando los postres con una pequeña botella de champagne a la que dimos fin
sin ponerle mucho empeño. No me fue posible quitarme de la mente ni un solo momento el hecho de que mi mujer estuviera sentada con falda y sin bragas; ella bien se preocupó de cerrar bien sus piernas, incluso llegando a cruzarlas de vez en cuando, evitando así la mirada directa de algún curioso que se apercibiera de tal situación, cosa que a mí tampoco me hubiera importado, teniendo en cuenta que nadie nos conocía en aquel lugar.

Cuando finalizamos la cena, regresamos a nuestra habitación, para asearnos un poco y para que ella retocara su maquillaje; allí le propuse de nuevo a mi esposa que asistiese al espectáculo porno sin sus bragas, pero está vez no lo conseguí; aunque no se cambió de ropa, se puso sus braguitas blancas de algodón y las medias que antes se había quitado.

Hicimos un poco de tiempo hasta la hora de inicio del espectáculo porno, ordenando cosas, leyendo los prospectos del hotel donde, por cierto, se ofertaban toda clase de masajes relajantes y sensitivos, y probando la televisión, alcanzando a ver varios canales de películas X. Dios mío, el sexo estaba presente en este hotel por todas partes.

– “Estoy intrigada por lo del espectáculo”, me dijo mi mujer mientras se
pintaba los labios.

Mientras decía esto, estaba de pie frente al espejo del lavabo; me acerqué por detrás y le puse mis manos sobre sus pechos; noté que el sujetador era lo bastante bajo como para dejar al descubierto la mitad de sus pechos; volví a tener una erección. Me dejó subirle la falda y observé con detalle que sus bragas eran finas y pequeñas y moldeaban su culo a la perfección. Me encantó la visión de su culo, la perfección de sus formas; pero para evitar calentones innecesarios en ese momento, me aparté de ella, aunque esas fugaces caricias en el lavabo fueron lo suficiente para ponerme a cien para el resto de la noche.

Pedimos un taxi en recepción que nos acercó al local en cuestión. Cuando
entramos no había mucha gente en su interior, pero lo que si había era
paridad: todo eran parejas; con nosotros, unas seis en total. Tengo que reconocer que en principio el lugar no me gustó; el sitio no era elegante, las luces y la decoración eran mas propias de un club de alterne que de un ambiente mínimamente selecto, donde su suponía que asistirían parejas un pelín exigentes.

Pero cuando descendió la intensidad de luz y el espectáculo iba a empezar,
todo ello quedó en un segundo plano, y nos dispusimos a disfrutar de lo que
allí se nos iba a ofrecer, fuese de la calidad que fuese; además, si ello se
hacía insoportablemente obsceno, siempre quedaba la opción de abandonar el local y que ello quedara en una anécdota más de nuestras breves vacaciones.

Inmersos en una luz tenue, un hombre hizo la presentación de una mujer; ella
apareció luciendo un ligero vestido transparente que dejaba ver perfectamente su ropa interior, que consistía en un brevísimo sujetador y unas braguitas tipo tanga, todo ello de color blanco que brillaba intensamente bajo el influjo de una luz ultravioleta.

La mujer, algo vulgar debido a sus elevadísimos tacones tipo prostituta,
estaba buenísima de verás: era guapa y estilizada. Comenzó a bailar al ritmo
de una música de fondo melódica; poquito a poco, se fue despojando del
vestido, quedándose en ropa interior. Todos aplaudimos. Mi mujer sonreía y
observaba detenidamente el espectáculo.

– “¿Estás cómoda?”, pregunté a mi mujer.

– “Sí, claro. Calla y observa”, me espetó.

La chica comenzó su striptease lentamente; nos descubrió sus pechos, que se me antojaron perfectos y, al ritmo de la música y de espaldas, se fue
bajando lentamente su tanga hasta dejar su culo totalmente al aire. Todos aplaudimos y ella, en agradecimiento, se dio la vuelta y nos dejó ver su pubis desnudo, cubierto de un triangulo muy poblado de vello oscuro.

Se apagaron todas las luces durante un momento y, cuando se hizo la luz de nuevo, la chica ya había desaparecido. Todos volvimos a aplaudir.

– “¿Qué te ha parecido?”, pregunté a mi mujer.

– “Bien, muy bien”, me contestó ella, visiblemente sonrojada.

Después, bebimos y charlamos de temas triviales, hasta que de nuevo la
intensidad de la luz descendió y apareció el mismo presentador, que ahora
hablaba del próximo número. Pronunció dos nombres: uno femenino y otro
masculino, instante en el que nos imaginamos que era el número “fuerte” el
que estábamos a punto de ver.

Apareció una mujer andando lentamente de una forma elegante y sensual; se
trataba de una mujer muy joven, pelo largo y rubio, que me imaginé, por sus
rasgos, procedente de algún país del este. Era guapa, más guapa que la
anterior y en absoluto vulgar. Tenía un traje de chaqueta y pantalón de
corte masculino, que no ocultaba lo más mínimo su excelente figura. Tenía
los labios gruesos y sensuales, y realizaba con ellos a menudo el gesto del
beso.

Apareció de inmediato un hombre joven, también rubio, elegante y bien
parecido, vestido con un traje de marinero; ambos empezaron a bailar lenta y
sensualmente. Noté que mi mujer experimentaba una creciente excitación.

– “¿Te gusta el chico?”, le pregunté a mi mujer.

– “¡Vaya!”, fue lo único que contestó.

Poco a poco, mientras bailaban, se fueron despojando de su ropa: chaquetas,
pantalones y camisas fueron cayendo al suelo, y pronto quedaron ambos en
ropa interior; ella quedó imponente con su conjunto transparente de sujetador y braguitas.

Mi mujer y yo estábamos ahora muy relajados y disfrutando del espectáculo
que se nos ofrecía, seguros de que lo que estaba por venir era mucho más
fuerte y excitante.

Los actores bailaban sensualmente al ritmo de la música lenta, frente a frente y en silencio. Entonces el hombre desabrochó el corchete del sujetador de la chica y sus pechos quedaron desnudos; inmediatamente él puso sus manos sobre ellos y los empezó a sobar con descaro. Ella cerró los ojos y gimió en voz alta.

Ahora el hombre descendió sus manos a la parte trasera de las bragas de ella
y metió su mano por dentro; sobó a placer sus nalgas con movimientos
circulares amplios y un poco mas tarde fue descendiendo la prenda a lo largo
de sus muslos y finalmente se agachó para liberarla de ambos pies. La chica estaba ahora totalmente desnuda, manteniendo únicamente en su cuerpo los zapatos de tacón y las abundantes joyas que portaba en cuello y muñecas.

De nuevo hubo aplausos, comentarios y murmullos de excitación. La chica se apartó un poco de él y se agachó, colocando su boca a escasos centímetros de su pene; sus manos fueron bajando poco a poco la prenda que lo ocultaba, hasta dejarnos a la vista un pene flácido y colgante; ella lo acarició y empezó a besarlo de inmediato, provocándole una visible erección que no dejó indiferente a ninguna mujer del público, tampoco a la mía, que aunque tímida a veces, ahora estaba presa de una terrible calentura, y notaba que disfrutaba enormemente con ello.

La boca de la chica se acercaba sin demora al pene que acariciaba, ahora de
un tamaño mas que considerable -casi veinte centímetros, diría yo-, hasta
rozar con sus labios la punta del glande. Sin más dilación, se lo metió casi
entero en la boca, lo que provocó un grito al unísono en las gargantas de
todas las mujeres presentes.

Ahora, ella lo chupaba y succionaba visiblemente, moviendo la cabeza de una
forma obscena pero encantadora; se percibía claramente que el ritmo de las
chupadas iba in crescendo de forma inevitable.

De repente, el hombre se retiró de ella y se cogió el pene con la mano, masturbándose visiblemente, tardando no más de veinte segundos en correrse, emitiendo una buena cantidad de semen, que fue a desparramarse en los pechos de la preciosa mujer.

La luz se volvió a apagar y cuando regresó, ya no había nadie en el escenario.
Otra vez, aplausos, risas, expresiones de admiración,… el numerito había
sido realmente bueno y el público así lo reconoció con su actitud.

Volvimos a hablar y a beber algo más, unos chupitos que ya acusábamos un
poco, sobre todo mi mujer, que ya desinhibida, me comentaba abiertamente lo que acababa de ver, centrando sus comentarios en el tamaño del órgano del hombre y en lo poco que él había tardado en correrse, todo ello descrito con palabras obscenas que mi mujer no solía utilizar normalmente, tales como “polla”, “mamada” y “chorros de leche”. Bueno, la cosa no va mal, pensé yo.

De nuevo salió el presentador, exponiendo lo que iba a ser el tercer y
último numerito de la noche: “el más picante”, como definió él. Para ello,
necesitaba la colaboración de alguna mujer del público. Las risas nerviosas y los comentarios soeces invadieron la estancia.

Se trataba -explicaba el presentador-, de hacer un striptease por parte una
mujer del público allí presente, siempre que no le importase colaborar y
desnudarse hasta el punto que ella deseara; es decir, si alguna mujer
llegase a realizar un striptease completo, lo haría sin ninguna obligación
y, si no se atreviese a tanto, el público restante valoraría seguramente que
se quedase al menos en ropa interior, tanto o más como el desnudo de las
chicas profesionales con el que tanto habíamos disfrutado anteriormente.

Al poco tiempo, las luces descendieron hasta una intensidad mínima y dos
chicos jóvenes y atléticos, de rasgos caribeños, aparecieron en el escenario: ellos serían los encargados de “ayudar a desnudar” a la mujer voluntaria.

Aunque los chicos animaban a ello, ninguna mujer se decidió. Entonces uno de ellos se dirigió al publico y al azar se acercó…¡a mi mujer!.

Aunque ella se negó a levantarse, los chicos, con su acento meloso y con su
irresistible simpatía, la conminaron a levantarse y se la llevaron, cogida
de las manos, al escenario. Aunque me miró con los ojos a cuadros, esperando que yo la librase de esa situación tan comprometida, no hice nada al respecto ni tampoco opuse ninguna objeción.

Una vez en el escenario, ella se reía abiertamente al tiempo que negaba con
la cabeza; a veces, se tapaba la cara para disimular su evidente sonrojo,
poco visible ahora por la baja intensidad de los focos que iluminaban el
escenario.

– “¿Cómo te llamas, preciosa?”, le preguntó uno de los chicos.

– “Yolanda”, contestó tartamudeando.

– “No te preocupes, Yolanda; no harás nada que no quieras”, la tranquilizó el
otro.

– “Eso espero”, dijo mi mujer con risa nerviosa.

– “Si en algún momento te sientes incómoda, no tienes más que marcharte”, dijo el primero.

– “De acuerdo”, dijo ella, sintiéndose más tranquilizada.

Una música melódica invadió el ambiente; yo no me atrevía a mirar directamente a mi mujer a los ojos, porque pensé que si nuestras miradas se
cruzaban en aquel instante, ella tomaría conciencia de la situación y se
marcharía del escenario. Y yo quería en realidad que mi mujer pasara por
aquello. Pensé para mi mismo: “Tranquilízate Yolanda. Aquí no nos conoce
nadie”.

Se retiró uno de los chicos a un lado y el otro, el más atractivo, se puso a
bailar con mi mujer; bailaban lentamente, frente a frente, bien acompasados.
Con una delicadeza difícil de explicar con palabras, el chico le quitó a mi
mujer la chaqueta y la depositó sobre una silla que había en el escenario.

Siguieron bailando durante dos minutos más. Entonces, él se puso a sus
espaldas sin parar de bailar, le acariciaba la cintura a mi mujer y ella no
oponía resistencia alguna. En un determinado instante, las manos de él
subieron hasta el botón superior de su blusa e intento desabrocharlo. Ella con un movimiento de brazos no lo permitió, pero él le dijo algo al oído y volvió a intentarlo; ahora ella no se lo impidió.

Fue desabrochándole lentamente todos los botones de la blusa hasta dejarla abierta por completo. Su sujetador quedó a la vista de todos los allí presentes. Las manos hábiles del chico continuaron su trabajo y se deslizaron por los hombros de ella, quitándole la blusa por completo.

– “¿Me permites?”, dijo él, colocando sus manos cerca de sus pechos.

– “Adelante”, dijo ella, con los ojos cerrados.

Y tras esto, puso sus manos sobre los pechos de mi mujer, acariciándolos
suavemente con movimientos circulares. No solo acariciaba sus pechos,
también sus hombros eran objeto de sus caricias.

Poco a poco, mientras bailaban, fue deslizando los tirantes del sujetador
por los hombros, dejando a la vista sus pezones, quedando instantes después
la totalidad de sus pechos a la vista de todos.

Le desabrochó el corchete posterior y tiró la prenda encima de la silla, donde se encontraba el resto de la ropa. El publico, en ese momento, aplaudió agradecido. De nuevo se colocaron frente a frente y continuaron bailando agarrados; ella le miró a los ojos directamente, excitada por el modo en que la estaba desnudando.

– “¿Quieres desnudarte completamente?”,le preguntó él, visiblemente excitado.

– “Si, claro”, contestó ella decidida.

Alejada del público a unos escasos metros, Yolanda se quitó la falda con
toda naturalidad mientras me observaba. Para entonces ya había superado toda la vergüenza que había experimentado al principio; la veía segura, relajada, encantada de gustar y al mismo tiempo estaba excitándose ella misma.

El chico se retiró a un lado y ella se quedó sola en el centro del escenario, siendo el centro de todas las miradas. Se volvió de espaldas y dudando unos segundos, tiró hacia abajo de sus bragas, se agachó y las sacó de ambos pies; se incorporó de nuevo, mostrándonos las nalgas más preciosas que pudimos ver en toda la noche.

Cuando se dio la vuelta, nos dejó ver su vello púbico al descubierto; era breve y debajo de él se insinuaba perfectamente la rajita de su vulva.

El público volvió a aplaudir, ahora con mucha más intensidad.

El otro chico, el que no había bailado con ella, hizo su aparición en el escenario y se colocó a su lado:

– “Extraordinaria; eres realmente preciosa”, dijo.

– “Gracias”, comentó ahora mi mujer, totalmente desnuda y visiblemente
emocionada.

– “¿Quieres que me desnude yo?”, dijo el chico.

– “Si, por favor”, contestó mi mujer.

Le ayudó a quitarse la chaqueta y a desabrocharle la camisa. Él tocó sus tetas y pellizcó suavemente sus pezones. Ella sonreía. Él se desvistió por completo. Su cuerpo estaba totalmente bronceado. Tenía un pene grueso y oscilante, pero no se encontraba en erección.

Se abrazaron ambos y comenzaron a bailar. El público estaba en silencio
absoluto, totalmente expectante, disfrutando de un espectáculo sin igual. Él se dio media vuelta, y se colocó de espaldas a ella; mi mujer ahora estaba detrás de él acariciándole el pecho; fue bajando hasta coger el pene con sus dedos y se puso a acariciarlo suavemente. Lo masturbaba muy despacio y todos pudimos comprobar que el miembro crecía visiblemente.

Se volvieron a colocar frente a frente y se besaron en la boca; sus bocas se
fundieron en un beso largo y profundo, mientras se acariciaban sus cuerpos
mutuamente. Él acarició su cintura y descendió lentamente hasta sus nalgas. Las palpaba directamente sin recato. Pudimos comprobar que tenía el pene ahora completamente duro, apuntando hacia arriba, con el capullo perfectamente visible y mas hinchado que nunca.

Mi mujer fue observando su cuerpo mientras iba descendiendo hasta adoptar la posición en cuclillas; el pene del chico quedó entonces a dos centímetros de
su boca. Lo cogió con una mano. Se notaba que disfrutaba con su rigidez y su
tamaño. Ella se inclinó lentamente hasta besar la punta del pene; comenzó a pasar los labios por la tersa piel de su enorme glande y en un momento dado, se metió la mitad del pene en su boca.

Comenzó a mamarlo con suavidad, moviendo rítmicamente la cabeza adelante y atrás, mientras le agarraba la base del pene con fuerza. Él empujaba la cabeza de mi mujer para sí, deseando que el miembro se introdujese más al fondo de su boca, pidiéndola ahora, en voz alta, que se la metiera más adentro.

Como se trataba de un pene muy grueso, los labios de ella permanecían totalmente abiertos mientras se lo chupaba; se trataba de una imagen deliciosamente obscena, pero que a todos los presentes se nos antojaba maravillosa.

Ahora notaba que mi mujer estaba disfrutando verdaderamente, con aquel pene totalmente erecto alojado en su boca. El chico empezó a mover su pelvis más rápido y de repente un violento orgasmo le hizo temblar; no se retiró, pero todos le sentimos correrse. Las luces se apagaron y la oscuridad total nos sacó del trance en el que todos estábamos inmersos.

A los dos minutos, se hizo la luz. El escenario estaba totalmente vacío. Casi al instante, salió al escenario un grupo de seis personas -tres hombres y tres mujeres- bailando salsa; no era un baile de corte erótico, pero si muy espectacular. En aquellos momentos me empecé a sentir mal; aunque al principio fue muy excitante, ahora parecía estar arrepintiéndome de haber empujado a mi mujer a realizar aquello. Reflexioné mucho sobre ello mientras esperaba a mi mujer.

A los diez minutos, regreso Yolanda; estaba radiante, muy guapa, guapísima. Estuvimos un rato largo sin hablar, sin que nadie dijera nada. Fue ella quien rompió el hielo:

– “¿No era eso lo que querías?”, me preguntó preocupada.

– “La verdad es que si; muchas gracias mi amor; has estado estupenda”, contesté, no muy convencido.

– “No me he corrido, ¿sabes?; estoy tan caliente como tú y quiero que ahora
en la habitación del hotel sea especial”, dijo.

Ya en el hotel, a solas con mi mujer, hablamos de todo lo que había sucedido durante el espectáculo erótico. Mi mujer dijo haber disfrutado como una loca
con la exhibición; también admitió que la ayuda del alcohol ingerido en el
local había sido determinante para llevar a cabo aquello delante de tanta gente.

– “Quiero hacerte una pregunta y deseo una respuesta sincera”, le dije.

– “Adelante cariño, no te mentiré”, me contestó.

– “¿Te gustó la polla de aquel chico?”, pregunté.

Entonces ella se fue desnudando poco a poco; yo, sentado en la cama, disfrutaba del streptease que me ofrecía, pero no había contestado a mi pregunta.

Cuando se desnudó, se acostó en la cama boca arriba. Se abrió de piernas y
levantó bien las rodillas, agarrándoselas con las manos. Su coño semiafeitado estaba de lo más apetecible.

– “Si, me encantó su polla; era grande y dura,… ¿era eso lo que querías
saber?”, dijo.

– “¿Te excitó chupársela?”, volví a preguntar.

– “Si, disfruté como una puta guarra”, me dijo, casi gritando.

Mi polla estaba a punto de reventar; me quité los pantalones y los
calzoncillos en un santiamén y la penetré casi salvajemente. Mientras la estaba follando, me pidió que la insultase, y eso me encantó.

Entre gritos de “puta” y “guarra”, me corrí en su interior; fue un orgasmo
intensísimo; no recuerdo nada similar.

Después me agaché para chuparla, le comí el clítoris y la entrada de la
vagina y ella se corrió de inmediato. Le subí las rodillas y abriendo sus piernas al máximo pude ver también el precioso agujerito de su culo: me incliné para besárselo y chupárselo. Continué chupándole el coño y el culo y noté que ella volvió a correrse de nuevo, casi gritando.

Cansados los dos, caímos rendidos y dormimos profundamente.

Los días siguientes no hablamos más de lo que ocurrió durante la noche del
espectáculo. Los días siguientes fueron transcurriendo sobre ruedas, en lo tocante al sexo. Fuimos a unas playas nudistas, y disfrute como un loco cuando veía a mi mujer exhibirse desnuda, no perdiendo de vista a las demás mujeres que por allí deambulaban.

Lo cierto es que ahora me encanta recordarlo, porque fue algo encantador, por lo prohibido, por lo obsceno, por observar como mi tímida mujer se
transformó, con la ayuda del alcohol, en una verdadera puta; que era, al fin
y al cabo, lo que yo le había pedido que hiciera.

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