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Relatos y videos porno: La colegiala

02-07-2012 - Publicado por admin


Hola, soy Luisa y me gustan mucho los relatos eróticos. Éste es un relato en el que lamentablemente no soy la protagonista. Aclaro que, desde hace buen tiempo, estos rumores circulan entre las aulas y pasillos del colegio al que voy. Las chicas y chicos juran que realmente sucedieron.

Espero que les guste:

Cuando finalmente sonó el timbre, Carolina Lamas suspiró aliviada. Le gustaba el colegio y era buena estudiante, pero esa mañana había sido muy larga. Su conchita había empezado a picarle durante la clase de Inglés, y había estado moviéndose en su asiento durante toda la hora de matemáticas. Miró al Sr. Rodríguez, su profesor de matemáticas, siempre tan bien vestido y respetable, con sus saco y los pantalones de franela. El miércoles era el único día en el que lo tenía la última hora y a Caro le parecía que en esos días siempre estaba especialmente elegante. Logrando que sus ojos se encontraran, ella le sonrió, y él se ruborizó y, rápido, miró para otro lado.

Los otros estudiantes se retiraron muy pronto. Caro se quedó y se acercó al escritorio, como para hacerle una pregunta.

-Sr. Rodríguez, tengo un problema.

-Sí, Srta. Lamas. ¿Qué ocurre?

Su pregunta casi se le atragantó, porque él sabía lo que sucedería. Todos los miércoles pasaba lo mismo. La jovencita dejó sus libros de texto sobre el escritorio y se paró al lado del profesor, del lado opuesto a la puerta del aula.

-Es esto profesor. No puedo lograr que esto me entre -dijo Caro, mientras su mano derecha se dirigía a apretar el bulto del profesor. Alfredo Rodríguez suspiró, pero no se alejó. Ella estaba feliz de sentir su pija semierecta y sacudiéndose bajo su mano. El aula estaba vacía pero la puerta seguía abierta.

Sostenía firmemente su pija que se agrandaba a cada momento, apretándola con suavidad a través de los pantalones impecables…

-Es tan difícil que me entre algo como esto -susurró Carolina, dando un apretón extra. Ella mentía. De hecho, a Caro le encantaba tragarse la verga de su profesor de matematicas cosa que había estado haciendo con estusiasmo, desde la tercera semana de clases. La pija del Sr. Rodríguez parecia estar hecha para chupar, contrariamente a lo que sucedía con las de sus otros profesores. No era enorme, pero tenía un gran glande grande y redondo que cabía perfecto en la boca de Caro, como una ciruela madura y jugosa.

Con gran habilidad, bajó el cierre y metio la mano en la bragueta. Ahora, el Sr. Rodríguez usaba calzoncillos boxer, al menos los miércoles, aunque al principio no los usara. Caro recordó el trabajo que le había dado la primera vez que había intentado la verga medio hinchada de sus pantalones. Pero esta vez, salió con facilidad, como con ganas de lo que sucedería. Parecía tener más ganas que su propio dueño. El Sr. Rodrígues trago saliva ruidosamente.

-Eh… Eh, la puerta, Srta. Lamas. ¿No deberíamos…?

Por lo general, Caro le daba la oportunidad de cerrar la puerta, pero hoy no podía esperar a probar su pija, y le gustaba la emoción de saber que los podrían descubrir en cualquier momento.

Ansiosa, se metio debajo del escritorio, abrió sus labios sobre el glande rojo de su ya completamente erecta pija, besándolo con cariño. Luego, comenzó a lamerla con avidez. Instintivamente, el profesor empujo con sus caderas hacia adelante y aquel gran manjar entró con gran facilidad entre los felices labios de Caro. El profesor dejo hacer a la jovencita y comenzó un tímido mete y saca con breves empujones breves, mientras Caro chupaba vigorosamente.

Se oyeron pasos en el pasillo. El Sr. Rodríguez se congeló, con su verga en las profunidades de la boca de Caro.

-Por favor, Srta. Lamas… ¡Carolina! ¡Dios mío! Alguien viene. Deténgase, por favor. No podemos. Aquí no.

Nervioso, trató de alejar a la colegiala de su miembro, pero Caro no quiso saber nada. Hincó los dientes, sin ánimo de lastimarlo, pero con la suficiente firmeza como para que se diera cuenta de que podía hacerlo si ella quería. Con los dientes de la jovencita bien apretados contra la carne del tembloroso tronco, le resultaba imposible sacar su hinchado glande entre la dentadura. Caro no permitiría que le quitara su chupetín, sin importar quién estuviera ahí.

Los pasos se detuvieron en la puerta. Se oyó una feliz voz de mujer: -Buenas tardes, Alfredo. ¿Está trabajando hasta tarde?

Era la señorita Álvarez, la secretaria del director. Carolina sabía que la mujer quería seducir al Sr. Rodríguez Todas las chicas lo comentaban en el baño.

El Sr. Rodríguez giró la cabeza, mirando con dificultad sobre su hombro. Su cuerpo se mantenía en posición gracias a la tenaz boca de Caro que sonstenía su pija.

-Eh, oh, sí, Srta. … eh… Álvarez. Hay algunas cosas que debo terminar.

-Ud. es demasiado trabajador, Alfredo. Debería descansar y también diverirse un poco.

Caro comenzó a mover su cabeza un poco, frotando la lengua sobre la cabeza de la pija de Alfredo Rodríguez, aún cuidando que no pudiera sacarla. Estaba muy excitada por el peligro de ser descubiertos. Podía imaginar el lío mayúsculo que se armaría si fueran descubiertos. El Sr. Rodríguez habrá estado pensando lo mismo porque su verga, erecta a más no poder, comenzaba a achicarse en la boca de la colegiala. Caro estaba dispuesta a terminar con esa situación y siguió trabajando con su lengua. En vista de que, por alguna extraña razón, Alfredo Rodríguez no le daba bola, Luisa Álvarez se retiró, enojada y confundida.

En cuanto se fue, Caro comenzó a chupar la verga de su profesor con todas sus ganas. Él estaba tan extasiado y asustado por el casi descubrimiento, que prácticamente no se movió. Pero eso le importaba muy poco a Carolina.

Cuando se trataba de sexo, ella estaba muy dispuesta a hacer todo el trabajo, pues le resultaba imposible que la otra persona o personas pudieran experimentar siquiera una pequeña fracción del indescriptible placer que le proporcionaban sus actos sexuales.

Hasta agradecía que hombres como el Sr. Rodríguez le dejaran chupar su pija casi siempre que ella lo deseara. Así que, disfrutando de su placer, trataba de darles cuanto pudiera en agradecimiento, pese a saber que nunca podría estar a la par con el suyo.

Su lengua y labios habian hecho un buen trabajo y ahora las caderas del profesor estaban nuevamente activas, al encontrarse introducir el tronco palpitante en su boca. El gran glande se metía en su garganta, estirando la pija aún más de lo que hombres con aparatos más grandes, habían logrado. Caro apenas podía esperar a sentir los chorros de leche calientita y dulce entrando en su barriga.

-¡Ay, señorita…! ¡Ay, Dios mío! Carolina, ¡Uuuuh! ¡Esto es una locura!

¡Cualquiera podría haber llegado!

Especialmente nosotros, pensó Caro, mientras con una succión explosiva final, llevó a su profesor a un tremendo clímax. Él gimió y se retorcio dando libertad a la pasión, en tanto que su leche entraba en la boca de la jovencita. Caro mantuvo la verga que seguía lanzando enormes chorros, prisionera dentro de la aterciopelada trampa de su boca y tragó cada descarga de aquel maravilloso líquido. Continuó chupando suavemente, aun después de que todo hubiera terminado, sintiendo como aquella firme pija se achicaba entre sus labios. Finalmente, dejó que el flacido órgano resbalara fuera de su boca. El Sr. Rodríguez volvió a colocarla, desprolija y rápidamente dentro de sus pantalones.

-¡Carolina, esto es una locura! ¿Por qué me atormentás de esta manera? No puedo seguir así. No aquí, en el colegio. ¿Por qué no venís a mi casa, en vez? Luisa Álvarez casi nos pescó. Por lo menos, deberías haber esperado a que cerrara la puerta. Habría sido el fin. Mi trabajo. Mi carrera.

-Su verga -respondió Caro, riendo y relamiéndose los labios-. Pero no podía esperar, Sr. Rodríguez. Todos los miércoles por la tarde me pongo muy caliente pensando en su pija. Entonces, debo tenerla enseguida. Además, quizá la Srta Álvarez no estaría tan horrorizada como usted piensa. Tal vez, hasta habría querido estar en mi lugar.

Pero Alfredo Rodríguez no esduchaba. La presión en sus pelotas había desaparecido y todo lo que quería hacer ahora, era alejarse del colegio rápido, antes de que alguien le preguntara qué estaba haciendo en un aula vacía, después de clases con una jovencita de tercer año de secundaria. Tomó sus libros y, apurado, se fue a la seguridad del salón de profesores, diciéndose a sí mismo que debería ponerle fin a esto, pero sabiendo que estaría ahí, otra vez el próximo miércoles, después de clases. Era una locura, pero no se podía resistir a lo la pequeña Caro y su talentosa boca podían hacer por él.

Con una sonrisa divertida, Caro lo vio alejarse apurado. Siempre era así, pero ella no se ofendía. Había obtenido lo que deseaba de él. Su conejito aún le picaba pero tenía el delicioso gusto a esperma en su boca para saborear hasta que encontrar a alguien que le pusiera una pija entre las piernas. Eso no tardaría en suceder y lo sabía

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