Eran los últimos años de la década del 70.Mi ocupación me absorbía íntegramente los días de la semana, pero al fin había logrado estar libre los sábados y domingos. Esos fines de semana eran para mi ocio o para dedicarlos a otras ocupaciones favoritas mías como los arreglos de la casa .
Mi esposa también trabajaba todos los días, aunque menos cantidad de horas. No obstante, los sábados los ocupaba totalmente por su profesión. Para compensar el déficit en los quehaceres de la casa, teníamos una señora que se desempeñaba bastante bien como doméstica. Era madre soltera y vivía en casa acompañada por su única hija que se llamaba Susy. Ella me llamaba por mi sobrenombre, el que no voy a decir. Esta niña tenía por entonces unos 11 o 12 años, pero estaba
casi desarrollada físicamente aunque sus pechos eran pequeños. Si no fuese por sus juegos infantiles, hubiera podido decirse que era una mujer normal pero a escala mas chica.
Susy tenía una marcada obsesión de que yo participara los sábados en sus juegos, para lo cual me arrastraba de aquí para allá tomándome con sus manos mi antebrazo. Jugábamos principalmente cuando su mamá salía de casa durante toda la mañana, para las compras y para otras necesidades …
… de la
casa, porque cuando la mamá estaba solía retarla porque no quería que me
molestase.
Este relato empieza cuando Susy, quien frecuentemente jugaba
al caballito montada a horcajadas sobre mi pierna izquierda, un día cambió su
comportamiento.
Ese sábado yo miraba televisión y ella se había montado sobre
mi pierna que resultaba semicubierta por su pollera, pero Susy esta vez se había
ubicado a la inversa de lo acostumbrado, porque se había montado sobre mi pierna
de espaldas a la tele y frente a mí. Me di cuenta que no gritaba ¡Arre! o ¡Ico!
como le había enseñado, y que tampoco se reía. Estaba seria, con la vista
perdida en el infinito detrás de mí, y el movimiento que daba con su cuerpo a la
cabalgadura era de frotación reiterada de su entrepierna.
Era evidente que esta vez no se trataba de la diversión del
caballito, sino que Susy le estaba dando satisfacción a lo sexualmente nuevo que
necesariamente debió haber descubierto a esa edad.
Esta realidad provocó en mi una inmediata erección, que ella
no advirtió pese a que se sostenía con sus manos tomadas en una parte muy alta
de mi pierna, en proximidades peligrosas.
Acompañé durante un buen rato sus movimientos tomándola de
las caderas y guiándola suavemente en sus movimientos hacia delante y atrás como
ella quería, y era evidente que Susy lo disfrutaba.
Cuando estuve cerca de mi orgasmo favorecido por tales
movimientos, decidí interrumpir delicadamente el juego. Susy se bajó y yo me
incorporé del sillón en donde me hallaba.
Yo debía resolver esa situación que se había planteado Ella
tenía deseos y los quería satisfacer conmigo con la excusa de aquel juego. Sus
deseos provocaron los míos pero por ningún motivo quería dañarla y tampoco
quería prohibirme mi propio placer. Creí que todo eso lo podíamos compartir de
alguna forma, con la máxima pureza que ella merecía y que yo deseaba.
Entendí que Susy había decidido variar su juego del caballito
en un contexto de inocencia y sinceridad, pero no sabía si su silencio al
hacerlo significaba que sabía que se estaba quebrando alguna ley o sque estaba
motivado por su concentración en lo que estaba sintiendo… ¿Cómo saberlo sin
romper el encanto que vivíamos?. Pero decidí que continuásemos el juego de la
manera más sana posible, aunque no sabía cómo.
Recuerdo muy bien que yo tenía un pantalón jean algo ceñido,
por lo que mi estado de erección era bastante evidente luego de incorporarme.
Aunque no era la primera vez que ella me observaba de reojos y en forma
indiscreta, Susy esta vez fijó su vista en el sitio en donde me hallaba tan
abultado y la apartó enseguida. Enseguida volvió a mirarme allí y a desviar su
vista otra vez, en silencio.
Entendí que ahora era yo quien debía tomar una iniciativa y
de inmediato encontré la forma de blanquear la situación.
Ya incorporado, le dije que el pantalón que yo tenía puesto
no me gustaba, con lo que le di lugar a su pregunta -¿Por qué?
Le respondí: -Es muy ceñido. Fijate cómo se me marca todo
esto; agregué con total naturalidad mientras me pasaba la mano justamente sobre
el abultado sitio de mis genitales mientras mi erección persistía.
Creo que por fin Susy pudo fijar la vista con libertad, allí
donde reiteradamente lo hacía casi espiando. El clima de libertad que yo había
inventado ella lo utilizó para mirar el bulto de mis genitales sin ningún pudor.
Luego hubo una leve respuesta suya: – Pero, está bien …
Yo dije: -No. No me gusta que se me marque así. No tengo otro
jean ahora así que veré cómo me acomodo.
Volví a ubicarme en mi sillón pero casi recostado, bajé por
la mitad el cierre de cremallera de mi pantalón pero sin dejarle ver nada,
introduje mi mano adentro y trasladé mis genitales hasta debajo del cierre
llevando todo hacia arriba. Susy trataba de ver inútilmente lo que yo no quise
que viera. Luego intenté subir el cierre pero voluntariamente hice que la
cremallera no pudiese ser subida.
Entonces le dije – Vení, Susy. Subime el cierre, por favor.
Ella se arrodilló sobre el sillón a mi lado, tomó el cierre e
intentó subirlo pero obviamente tampoco pudo.
Entonces, tal como lo tenía yo planeado, le dije -No se
puede, para inmediatamente pedirle, haciéndola cómplice – A ver … Poneme
nuevamente todo hacia el lado izquierdo, como estaba.
Susy entendió lo que dije e introdujo sin dudar una mano suya
dentro de mi pantalón, encontró todo lo que tenía que desplazar, y erecto como
estaba corrió todo hacia el costado izquierdo, donde ella sabía que era el sitio
anterior. Lo hizo con ganas y estaba excitada. Luego subió el cierre.
– No, insistí después de incorporarme. Se sigue notando todo
y no me gusta. Será mejor que me vaya a poner el pantalón de pijamas. – Ahora
vengo, le dije.
Después de cambiarme quedé con mi pantalón del pijama que era
holgado, mi erección había disminuido bastante y me recosté nuevamente en el
sillón para ver televisión. Hubo unos minutos de distracción y reposo por parte
de ambos y decidí que era su turno de actuar.
De pronto y muy despacio, Susy se trepó y se sentó despacio y
de espaldas sobre mí, apoyando su cola sobre mis ingles pero de modo que una de
sus nalgas presionaba pesadamente sobre mi pene.
Esto volvió a provocarme una nueva excitación pero también me
ocasionó una gran molestia, así que la tomé de la cintura y levanté ligeramente
a Susy para aligerar el peso. Ella entendió perfectamente qué pasaba y levantó
su cola uno o dos centímetros para después corrierla lateralmente, hasta ubicar
su hueco central en el sitio donde sentía mi pene, obviamente a través de las
telas de mi pantalón pijama y de su bombacha.
Comenzó a frotarse nuevamente hacia delante y hacia atrás, lo
que me llevó a un éxtasis del que no quería huir.
Acepté el juego nuevamente, deslicé mi mano derecha por
debajo de su pollerita, acaricié su pierna derecha y llevé mi mano hasta sus
entrepiernas. Allí me encontré con su mano, con la que se estaba acariciando la
parte externa de su sexo por encima de la bombacha.
Posé los dedos de mi mano sobre los de ella para acompañar
sus movimientos y ella siguió sin modificar nada. Intenté intercalar cuatro
dedos de mi mano entre su bombacha y su mano para que comprendiera que era yo
quien deseaba acariciarla allí, pero lo logré forzadamente porque Susy no quería
alejar su mano de allí ni detener el movimiento de su mano. Entonces sentí a
través de la bombacha su clítoris endurecido y que más abajo estaba muy mojada.
Acaricié su clítoris y su vulva por encima de su bombacha lo
mejor que pude, mientras la frotación de su cola continuaba sobre mi pene, pero
su mano regresó para expulsar la mía con cierta energía, y continuó ella con su
masturbación.
Decidí poner ambas manos por debajo de su ropa, una a cada
lado de su cadera, llevé mis dedos debajo de los elásticos inferiores de la
bombacha y acaricié su vientre y parte de sus ingles mientras los movimientos
continuaban.
Yo estuve bastante tiempo conteniendo mi orgasmo, mientras
ella proseguía con la frotación sobre mi pene y con su masturbación, sin
detenerse.
Yo no podía proseguir con ese juego porque no podía
contenerme, así que lo detuve para preparar un cambio en las cosas. La hice
incorporar y aceptó un cambio de posición. La llevé a ubicarse para que se
sentara a caballo pero frente a mí sobre mis dos piernas y con las de ella
abiertas, quedando ella y yo cara a cara y casi recostados. La abracé y me
abrazó. Acerqué mi boca a la suya y ella dejó que yo la besara profundamente
pero ella no supo usar su lengua ni jugar con la mía. El beso continuó durante
largos segundos, mientras que con mi abrazo movía su cuerpo para que se frotase
nuevamente hacia delante y atrás como a ella le gustaba.
Sin interrumpir ese beso estalló mi orgasmo y liberé sin
pudor todos mis movimientos.
Todo se detuvo al fin. Le sonreí, y con su cara enrojecida
Susy me miró un poco seria. Sus ojos parecían haber llorado pero enseguida
sonrió espontáneamente, bajó la vista, se incorporó y casi enseguida se arregló
la ropa. Luego caminó un poco por la habitación mientras yo reposaba. Por suerte
el resultado de mi eyaculación adentro de mi pantalón de pijamas no era visible
a simple vista.
Después se acercó a mí, se sentó de costado sobre mis
piernas, rodeó con sus brazos mi cuello, me besó a un costado de la cara y me
abrazó fuertemente apoyando su mentón encima de uno de mis hombros. Después besé
sus labios con toda dulzura.
Luego ella cambió de posición, y se puso de espaldas sobre mi
pecho, con su nuca sobre uno de mis hombros como mirando al televisor.
Llevé mis manos hacia sus pequeños pechos y los acaricié
suavemente sobre su remera, en los sitios de las aureolas, lo que no había hecho
antes. Susy se estremeció.
Jamás olvidaré el aroma de su cabello. Nunca dejaré de
recordar tanta ternura.
Todo ocurrió casi sin necesidad de decirnos nada.
Durante 45 minutos todo estuvo sobreentendido y todo fue
sano.
Y eso no se repitió. Durante casi dos años más en que ella
permaneció en casa, Susy aceptaba mis caricias en cualquier parte de su cuerpo,
con las que las que nos excitábamos un poco. Ella solía ponerse de espaldas a mí
cuando estábamos de pie, para luego apoyarse totalmente para sentir así mi
cuerpo, y después extender sus brazos hacia atrás y tomarse con sus manos de mis
muslos.
El episodio que les he contado ocurrió cuando ella tenía 12
años y yo 40. No espero otro premio como ese
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Divino relato y efectivamente para un hombre de 40 años: un premio, un regalo de la vida. Estimaría leer relatos similares de Lolitas iniciandose en el amor.
Delicioso Relato con una maravillosa Niña que inicia
su descubrimiento en los ricos placeres del sexo.